(El dibujo representa los conflictos que la protagonista de mi historia tenía entre el deber ser y el querer ser)
Con este relato de esta experiencia personal quiero contrastar aquella
actitud del amor o el afecto interesados y cuestionar el egocentrismo de muchas
personas, para las que las opiniones y valoración sobre una persona mudan según
la libre elección de otro. La falsedad de su afecto se revela cuando no les son favorables las personas según sus intereses o pretensiones.
Fue una tarde, un amigo iba a ir al teatro con una amiga suya, movido por la
curiosidad, le acompañe hasta el lugar donde se encontraría y poder conocerla. Él
tenía novia, me la presento y sin demora les deje para dirigirme a mi casa. La
chica me gusto y me hice el aparecido en su cole, mi hermana estudiaba en el
mismo. Ella muy abierta, tal vez con exceso de confianza, me permitió
acompañarle a su casa aquel día. No fue difícil hacernos amigos, encontramos
afinidad, comenzamos a vernos con frecuencia, me recibían bien en su casa,
simpatice con su abuela, teníamos largas charlas por teléfono; había mucha
reciprocidad y sorprendentemente encontrábamos coincidencias sobre lo que
pensábamos y cómo pensábamos de las cosas: el “Universo”, fuera cuando niños,
cuando adolescentes, etc. Con el tiempo ganábamos en confianza, nos enviábamos
alguno que otro mensaje lindo –no como los que se envían unos enamorados–, pues
en realidad, nuestro trato no dibujaba un romance. Por mi parte había decidido
no considerarla para novia, yo tenía 26 y ella 17 años, aunque en el fondo lo
deseara, pues me gustaba y me sentía muy bien con ella. Sin embargo, pasados
casi nueve meses de amistad, yo había sucumbido a mi deseo, y me había
permitido construir sentimientos que trascendían los de la amistad. En aquellos días, charlaba
con el amigo común y cómo adolescentes especulábamos sobre los sentimientos y
querer de Neyla hacia mí. Él trato de sondear los sentimientos de ella, pero no
había nada claro y yo no me sentía convencido, –en el fondo–, sabía que ella no
me veía para enamorar, ¿cuántas veces
nos resistimos a asumir la realidad, cuando en el fondo la intuimos? Ella percibió lo que me estaba pasando y, un
viernes por la noche le hice llamada telefónica para confirmar un encuentro que
habitamos pactado, ella abordo la situación, le confesé lo que me pasaba, lo
hablamos y ella dijo que sólo me veía como amigo, –yo no le hice petición de
noviazgo–, sin embargo si le pregunte si estaría abierta en el futuro, ella
respondió que no, creo que esta fue la parte más fea de la charla para mí. No
obstante, no tuvimos un dialogo accidentado, y que se tornara incómoda para
alguno de los dos. Terminamos el asunto, acordamos la hora a la que pasaría a
recogerla. Colgué el teléfono y regrese a mi cama. Ya solo, como un torrente
confluyeron a mí, sentimientos, sensaciones y me costaba pensar.
El sentimiento, al menos que lo articulemos como un discurso, no es lineal, así
que verbalizando la cuestión fundamental de todo aquello que ocurría en mí,
nacía esta pregunta: ¿Que hago con este sentimiento? Mi mente me lanzaba a
evocar nuestra amistad, y vi que había cariño entre los dos y no dude en
reconocer que su cariño era genuino, y qué el que yo le profesaba era sincero,
le quería bien y mucho; no sólo por cómo era conmigo, sino también por lo que
yo estimaba en ella y por lo bien que lo pasábamos juntos. Reconocí que no le
quería en función de mi deseo y pretensiones, así que no tuve problema con eso,
mi afecto, mi amor por ella, no eran los de un interesado y no me sentí dañado
en mi amor propio, como para desmentir el afecto y cariño que ella tuviera por mí.
A fin de cuentas, con toda la honestidad del mundo, admitía que ella nunca hizo
nada para que yo me permitiera sentimientos diferentes a los de la amistad. Fue
algo unilateral. Pero a todo esto, la cuestión fundamental, permanecía, qué
hacer con ese sentimiento que ardía en mí y que anhelaba darse y expresarse.
Tenía claro que es malo reprimir ciertos sentimientos, en particular con los
del amor con los que puedes iniciar una guerra inútil y absurda. Aunque algo
herido, el que yo sentía por ella, no se había transformado en repulsa, ni me
avergonzaba de él, ni sentía el dramático dolor de una pasión desengañada y
llena de mustios reproches. Hoy se me antoja preguntar ¿Cuándo el amor es malo?
Es el hombre, que por otras razones lo transforma en algo malo, en causa de
infelicidad por su egoísmo, por no aceptar la libertad de quién no quiere
corresponderle cómo él espera. Por mi parte decidí dejar fluir todo lo que
sentía, sólo tenía que canalizar mi interés de nuevo a la amistad y despojar de
mi afecto mi deseo de enamorar con ella.
Cuando escribo esto, me doy cuenta de que no me percate que, cuando quedamos de vernos al día siguiente,
ella confió en mí, conocía mi forma de ser, se sentía segura de mí y sabía que
no habría problema alguno si nos veíamos. El encuentro se realizó según lo
acordado, ella solía recoger animalitos de la calle, así que aquél día se
trataba de una cría gatuna, ella tenía lista una caja y fuimos en pos de algún
consultorio veterinario. Durante nuestra caminata yo me permití verla en su
belleza de mujer, pues sus ropas, que no eran ni ajustadas ni atrevidas,
dejaban sutilmente ver su belleza, hasta ese día no me había atrevido a verla
así. Todo transcurría en calma, no hubo
algún tipo de sensaciones en el ambiente que turbaran el encuentro y nuestra
charla. Al regresar a su casa, alguien gritaba nuestros nombres, pero no
podíamos descubrir de quien se trataba,
pues los árboles de aquella calle son de diámetro considerable y el personaje
en cuestión impostaba la voz y arropado entre aquellos, nos tenía
desconcertados, y no podíamos sorprendernos, pues aquel personaje era nuestro
amigo en común. Él nos saludó y se
desembarazo de nosotros para dejarnos de nuevo solos; al día siguiente me
entreviste con él y le jugué broma haciéndole creer que ella y yo hablamos
iniciado romance, él no lo dudo, pues me dijo que nos veríamos muy alegres, y
así había sido, pues primo el cariño verdadero y la amistad sincera.
Paso algo de tiempo, para darme cuenta de que había actuado con mucha madurez y
que estaba creciendo en mi la conciencia sobre el otro y no solo era un
discurso del que solía hacer gala. Podrán objetar que en realidad no estaba
prendado de ella o que hago parecer sencillas las cosas del amor, y no es así,
las cosas del corazón no son apenas una caricatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario